“En cada cumpleaños, mi Mamá nos regalaba un pequeño libro verde,
era La Ilíada, La Odisea y Don Quijote de la Mancha,
pero en versiones para niños”
Elena Poniatowska
“De chica tenía una institutriz que me decía: Cuando usted sepa leer bien se va a querer esconder para andar nomás leyendo, se va ir a meter a los rincones con sus libros. Entonces yo no sabía leer, pero fingía que sí y me sentaba en un rincón con un libro”.
De las crónicas sociales a Lilus Kikus
El oficio de periodista y esa búsqueda por encontrar un después en cada historia hace que Elena vaya más allá de las cuartillas cotidianas que escribe para el periódico y en 1954 publica Lilus Kikus, libro mágico.
Parece que en las narraciones se describe, pero ella asegura que no la reflejan totalmente porque entra el elemento ficción. “Un personaje se construye con uno mismo, pero también con otros rasgos, con elementos que lo han impactado a uno y que en un momento determinado se hacen presentes.
“Cuando escribí el libro no descubrí mi vocación de escritora, porque nunca he pensado en eso, simplemente fue algo que yo empecé a hacer como un trabajo”, que abrió las puertas para una fecunda producción literaria que hoy cuenta con más de 40 títulos, algunos ya clásicos en la literatura mexicana del siglo XX.
En éste camino recorrido Elenita cuenta con un gran número de entrevistas publicadas en el diario que la vio nacer Excélsior, y en el periódico Novedades. Donde retrata a México y a los grandes personajes que pasaron por nuestro país.
Todo empezó un domingo, publicado en 1963, libro que tuvo un gran éxito gracias al dúo Poniatowska - Beltrán, no se concibe la obra si faltase alguno de los dos. Es por ello que 35 años después sorprendieron los comentarios de Alberto Beltrán que en un tiempo fue el acompañante de Elena, sobre la paternidad del libro.
En una entrevista realizada por el periodista Ornelas del Financiero en marzo de 1998, Alberto Beltrán expresa: “Se me ocurrió hacer apuntes en la calle sobre escenas del día de descanso de todo mundo, se las mostré al encargado del suplemento de Novedades, Raúl Puga, y le gustó, le pareció bien mi idea de publicar dibujos sobre lo que hacía la gente los domingos”, pero Puga sugirió que los dibujos llevaran textos.
En ese tiempo Beltrán ilustraba las entrevistas que Elena solía publicar en México en la Cultura, el suplemento cultural de Novedades. La propuesta de Raúl fue cambiar los papeles: ella escribiría los textos que diera cuenta de los dibujos de Beltrán.
En un principio, el dibujante se resistió arguyendo que la periodista no conocía el país y aseguró que algunos de los textos que aparecen en el libro los escribió él, sobre todo los referidos a sitios fuera de la ciudad de México.
“Hoy Elena se niega a reconocerlo, pero si se revisa el Novedades podrán distinguirse los textos que yo escribí y los que son de ella, ya que no siempre me acompañaba”.
¿Por qué cuando el periodista Ornelas le preguntó si podía precisarlo, evadió a la pregunta diciendo que no los guardaba en la memoria y nunca entregó nada como prueba fehaciente?
La realidad estriba en que Elenita jamás le negó el crédito, incluso ella quería que su nombre viniera después del de Beltrán. En la primera edición del Fondo de Cultura Económica y en la reedición de la editorial Océano, porque los dos habían colaborado.
La escritora de talla internacional, Elena Poniatowska, no necesita colgarse de nada ni de nadie. Basta con observar su novela Hasta no verte Jesús mío que es trascendental de la literatura mexicana, la cual le abrió las puertas de par en par y la tiñó de guirnaldas.
Elena, que se destaca por su inquietud, incursiona como maestra en el taller de literatura en San Ángel, y una de sus alumnas le dijo que Gabriela Brimmer quería conocerla, a lo que la escritora accedió visitándola un día en su casa y se encontró con una mujer en silla de ruedas con parálisis cerebral, que con el pie izquierdo, siempre descalzo, aprendió a señalar en un tablero colocado a los pies de su silla de rueda las letras del alfabeto y así formar palabras.
Meses después Sari, la madre de Gaby, llamó a Elena para que fuera de nueva cuenta a su casa. La escritora sostuvo tres largas entrevistas con la madre, Sari Brimmer; la nana, Florencia Sánchez Morales, y la propia Gaby. Así nació el libro de Gaby Brimmer en 1979. A los veinte días de su lanzamiento se vendieron ocho mil ejemplares.
A raíz del éxito de la obra, Luis Mandoki se interesó en llevarlo a la pantalla grande. “Lo puse en contacto con Gaby, pero Mandoki me eliminó por completo. En la película jamás me dieron crédito. Es el hombre más deshonesto y tramposo que he encontrado en la vida”, le comenta a Michael Schuessler, autor de Elenísima.
En entrevista con Juan Antonio de la Riva, director de cine, éste mencionó que es válido que Luis Mandoki tomara el testimonio directo de Gaby Brimmer poniendo al filo de lo que podría ser plagio por tomar la idea a consecuencia del éxito del libro escrito por Poniatowska.
“Pero no supe si Elena demandó. Si no lo hizo fue porque no hubo plagio. Yo estuve en la premier de la película y recuerdo que entre los invitados estaba Poniatowska y Mandoki sí le dio el reconocimiento en público. Lo que no recuerdo es si en los créditos de la película aparece o no”.
Pero el problema está en que “Mandoki filmó Gaby una historia verdadera, y el título resulta una falacia, porque se enteró de la vida de Gaby mediante el libro y la mayor parte de las escenas están tomadas directamente de éste. Era difícil que Gaby se inventara otra biografía”, se lee en la página electrónica http://www.sepiensa.org.mx/contenidos/gbrimmer/gbrimeer.htm
Lo que sí es un hecho es que Brimmer hubiera pasado desapercibida si la escritora Elena Poniatowska no publica el libro. Ya que de la noche a la mañana Gaby tuvo un éxito espectacular. Muerta a los 52 años de un paro cardiaco, Gaby conoció la gloria, primero con un libro autobiográfico, Gaby Brimmer, que publicó editorial Grijalbo, y luego con la versión fílmica de este libro realizada en Hollywood, en 1987.
La noche de Tlatelolco… Fuerza expresiva de la memoria
Mi primer encuentro con Poniatowska fue, cuando era estudiante del Colegio de Ciencias y Humanidades y fue a través de su libro La noche de Tlatelolco, obra que reconstruye con entrevistas y testimonios la masacre estudiantil del 2 de octubre de 1968 donde mueren más de 300 estudiantes en la Plaza de las Tres culturas, en Tlatelolco, como fuera conocida en el mundo entero.
En letras, retrata el movimiento político y social definido por ella como una masa sin cabezas aparentes que logrará la más grande movilización independiente de la historia contemporánea de México: el movimiento más extraordinario después de la Revolución mexicana. Pasa así de escritora a abogada de las historias.
El 2 de octubre Elena se llenó de indignación, pues no creía que algo tan espantoso hubiera sucedido. Se enteró por la noche cuando fueron a verla María Alicia Martínez y su amiga Mercedes Olivera. Le contaron que había sangre en los edificios, que estaban perforados los elevadores con balas de ametralladora, que los vidrios de los comercios estaban destrozados. Aquello que le contaron le pareció absurdo. Su hijo Felipe tenía cuatro meses de nacido y ella todavía lo amamantaba.
Al día siguiente, la escritora se dirigió al lugar de los hechos y sintió la obligación moral de evidenciar las cosas, “A las siete de la mañana fui a Tlatelolco. No había agua, no había luz y los soldados hacían cola frente a los teléfonos. Entre las ruinas prehispánicas vi zapatos.
“Empecé a recoger los testimonios. Todo lo que me dijeron María Alicia y Mercedes Olivera lo escribí a máquina. Al día siguiente busqué a Oriana Fallaci, la periodista italiana, en el Hospital francés –quien en un principio fue trasladada al Hospital Rubén Leñero y se negó a prestar su declaración hasta que no tuviera conocimiento su embajada–. La vi en una silla de ruedas, no tenía mayores heridas porque salió a los dos días del hospital y tomó un vuelo a Acapulco. Llamaba al parlamento italiano para pedir que no viniera la delegación de ese país a las Olimpiadas en rechazo al gobierno de México.
“Decía que había sido corresponsal de guerra en Vietnam y que por lo menos sonaba una sirena antes de que empezaran los bombardeos o los disparos, que la gente se podía guarecer en un refugio, y que esa noche había visto que los soldados dispararon sobre una población. Además estaban en una plaza cerrada, fue una trampa, no podían salir. Llevé mi entrevista a Novedades y la rechazaron porque había la orden de no publicar una sola nota” relata Poniatowska en su libro La noche de Tlatelolco.
En los diarios, la información se redujo a lo mínimo, hay célebres cabezas de ocho columnas el 3 de octubre “Una minoría sectaria pretendió desviar el rumbo de la Revolución mexicana”, el conjunto de hechos se califica de “subversión”, los agentes judiciales decomisan fotos en los periódicos y películas en los noticieros de televisión, el clima es de tensión y sobresalto.
El primer manifiesto de protesta por la matanza del 2 de octubre por parte de la Asamblea de Intelectuales y Artistas se publicó el 5 de octubre en Excélsior y las tres personas que lo llevan al periódico fueron Juan García Ponce, Nancy Cárdenas y Héctor Valdés, a quienes detienen unas horas después, según lo dio a conocer Carlos Monsiváis, “A veinte años de La noche de Tlatelolco”, en la revista La Jornada semanal, el 13 de octubre de 1991.
La experiencia de la matanza de los estudiantes tuvo un fuerte impacto en la vida de la escritora. Al grado de expresar que después de Tlatelolco todos nos hicimos viejos.
En La noche de Tlatelolco se puede ver la más cruda denuncia de la represión gubernamental narrada a través de sus páginas. Ese conjunto de voces, ecos, reacciones y la conversación del enfrentamiento político en 745 testimonios.
El libro entró en prensa una semana antes de que saliera de la presidencia Gustavo Díaz Ordaz. Fue publicado cuando todos los diarios se negaban a difundir lo ocurrido en la matanza estudiantil. La reacción del poder fue en contra de la escritora. La noche de Tlatelolco es uno de los libros que permitieron precisamente que el 2 de octubre no se olvidara. El libro no recibió publicidad y la única reseña la realizó José Emilio Pacheco, quien conocía bien el manuscrito del libro y ayudó a Elena a corregirlo. Salió tres años después de los violentos acontecimientos.
De la época del presidente Díaz Ordaz se conocen repetidas represiones contra periodistas y publicaciones. Supuestamente PIPSA también redujo o negó el suministro de papel. Es por ello que en la entrevista con Raúl Durán Cárdenas secretario de redacción en esa época del periódico Novedades manifestó en repetidas ocasiones la escasez del papel y que por ello le recortaban su material periodístico a Elena o en el mejor de los casos lo sacaban en dos o tres series. Después de que Excélsior ejerciera su crítica contra la masacre de Tlatelolco, en 1969 se cometió un atentado dinamitero contra el edificio del periódico. El gobierno adjudicó el ataque a la izquierda.
En 1971 el entonces presidente de México, Luis Echeverría Álvarez le otorgó el premio Xavier Villaurrutia por su libro, y ella lo rechazó mediante una carta que se publicó censurada en Excélsior preguntando: ¿Quién va a premiar a los muertos…? Que no era un libro para festejar sino de denuncia.
“El gobierno ya tenía la costumbre de asumirlo todo, para restarle importancia. Francisco Zendejas me habló al día siguiente diciéndome que no me lo daban por La noche de Tlatelolco, sino por Hasta no verte Jesús mío. Cuando días antes Fausto Zapata, secretario particular de Echeverría me manifestó que estaba encantado por el premio que se me otorgaba”, recuerda indignada.
A partir de ahí fue muy criticada por las fuerzas del poder, porque ella todavía tenía la nacionalidad francesa y le decían que cómo alguien extranjero se atrevía a hablar del movimiento, que no tenía derechos. Razón de sobra para que se nacionalizara, aunque ya había adoptado la identidad mexicana. Por eso se siente agredida ante las críticas. “Yo trabajé en México e hice todo lo que había qué hacer y nunca pensé si era mexicana o francesa.
“Un día recibí una llamada de gobernación diciéndome que recordara que era extranjera y poseedora de una forma FM 2, tuve el pasaporte francés hasta 1969 ó 1970. Cuando le dije a Guillermo que me estaban echando la viga me preguntó, ¿qué pasaporte tienes? le dije que era francés, al día siguiente me llevó con Gabino Fraga, secretario de Relaciones Exteriores, quien me nacionalizó y nos dijo a mi marido y a mí que era un orgullo que yo fuera mexicana.
Orgullosa de ello, a más de dos décadas de su nacionalización, repite sonriente: “Pienso que si la madre diera la nacionalidad de todos modos yo sería mexicana porque mi apellido materno es Amor”.
La noche de Tlatelolco es uno de esos fenómenos insólitos: un hecho cultural y literario que se convierte en fenómeno político, apunta el escritor Carlos Monsiváis, en La Jornada semanal: “La noche en 20 años son mínimos en razón de la importancia que le atribuyo. Pero ningún otro de los libros mexicanos del siglo XX, que considero fundamentales, ha tenido mejor suerte a no ser que se vuelva libro de texto. Hoy es notoria la sabiduría de Poniatowska al organizar sus materiales, al fragmentar, al elegir testimonios directos y emotivos, al prescindir en lo posible del rollo”.
Por su parte, José Agustín comenta: “La noche de Tlatelolco siempre me pareció admirable por su condición literaria y artística. El libro trasciende su propia naturaleza y actúa como gran arte literario, ya que impacta en lo más profundo del lector, conmueve los sentimientos, además de que documenta los hechos del movimiento estudiantil de 1968 y su contexto global”. La Jornada semanal, 13 de octubre de 1991.
En esa misma publicación Elena con ese toque de generosidad, hace público su agradecimiento a uno de los líderes del movimiento del 68. “El libro lo comparto con Raúl Álvarez Garín, sin quien La noche de Tlatelolco hubiera sido imposible, ya que él citó en su celda a los informantes Roberto Escudero, José Agustín, Hugo Hiriart, Hernán Lara Zavala y Graciela Gliemo, quienes han dado muchas batallas no sólo políticas, sino en contra de sus demonios interiores que son las más duras”.
A 29 años del éxito de La noche de Tlatelolco un grito a destiempo se escuchó en 1997, cuando llegó a manos del líder estudiantil de 1968, Luis González de Alba, el libro La presidencia imperial, de Enrique Krauze. En él se argumenta que cuando empezó a leer algunas citas pensó que habían sido tomadas de su relato de Los días y los años y al remitirse al párrafo de su libro se dio cuenta que algunas habían sido cambiadas y que éstas habían sido tomadas del libro de Poniatowska.
González de Alba cita en la revista Nexos: “Elena me ayudó a sacar de Lecumberri el manuscrito terminado de Los días y los años. A mediados de 1970, Elena iba a la cárcel para realizar las entrevistas que luego emplearía para escribir La noche de Tlatelolco. A las pocas semanas recibí de Elena la solicitud para permitirle emplear elementos de mi relato.
“Por supuesto accedí con gusto. Mi libro no tuvo buen arranque en ventas, además la mezcla de mi relato, años de conversaciones entre presos aburridos, no era lo que el lector deseaba. Elena concluyó una obra espléndida, a muchas voces y con un llamativo título. La escritora me lo hizo llegar a la cárcel, donde corría mi tercer año de prisión, con una generosa dedicatoria que cubre dos páginas de texto y flores dibujadas con plumón morado”.
Las preguntas quedan en el aire… ¿Por qué esperó 27 años?, si él mismo da fe que el libro de La noche de Tlatelolco llegó a sus manos y lo leyó. ¡No objetó absolutamente nada! Además su libro Los días y los años, como él lo cita en su columna semanal en el diario La Jornada La ciencia en la calle, el lunes 13 de octubre de 1997, “salió poco antes que el de Elena”. Ese libro fue precisamente reconocido como el mejor de los que se escribieron en alusión al movimiento de 1968. Siendo galardonado con el Premio Xavier Villaurrutia, ¡Y tampoco dijo nada! Premio que como sabemos fue rechazado por la periodista.
Por otro lado, Miguel de la Vega, en la revista Proceso, 2 de noviembre de 1991, cita parte de la entrevista sobre el origen de La noche de Tlatelolco que Esteban Ascencio hizo a Poniatowska y que inclusive daría como fruto la obra Me lo dijo Elena Poniatowska.
“El libro de La noche de Tlatelolco lo empecé a finales de 1968 y durante 1969. Los domingos iba a Lecumberri, los barrotes se le encajaban a uno. Gracias a Raúl Álvarez Garín que los reunía en su celda pude platicar con muchos de los participantes del movimiento estudiantil de 1968. Raúl era un líder que todos estimaban, lo que el decía se hacía.
“La noche de Tlatelolco le debe todo. Si él dice a los demás: “No hablen con Elena”, simplemente no hay libro. Por lo general, los domingos los presos me apuntaban en la lista de Gilberto Guevara Niebla, cuya familia estaba en el norte. Alguna vez también en la de Raúl. Si no, imposible entrar. Luis González de Alba había escrito una novela excelente.
“Como era domingo y llegaban sus visitas, los estudiantes entraban y salían de la celda de Raúl y les pedí que me escribieran sus vivencias: así lo hicieron, me las hacían llegar a través de Carlos Fernández y Carmen Merino. Después los líderes ya no escribieron nada, quizá por desesperación, porque se hartaron o porque salieron a Chile. El que sí escribía mucho, porque tenía madera de escritor y su relato es impresionante por vivido y por auténtico, fue Luis González de Alba. A base de testimonios y entrevistas armé, a muchas voces, La noche de Tlatelolco. Cuando lo hice nadie, salvo las madres de los muchachos, querían dar su nombre. “Sí le cuento, pero cámbieme de nombre”. Por supuesto que nadie quería volver al Campo Militar Número Uno”.
A un día del tercer aniversario de la masacre de Tlatelolco, la corresponsal Elsa Arana Freire, dio a conocer una entrevista para la revista 7 Días titulada “Elena Poniatowska y la matanza de Tlatelolco”, en la cual narra la historia del libro.
“Yo había pensado hacer sólo un relato sobre La noche de Tlatelolco. Pero después me dije que esa noche no se explica si no se conoce la existencia del movimiento. El resultado fue un libro que se dividió en dos partes: la primera, Ganar la calle, con testimonios de muchachos encarcelados y de otros fuera de la cárcel cuyos nombres cambié, y la segunda, La noche misma de la masacre que es la más dramática, donde hay testimonios de periodistas y de otras personas. Así se hizo el libro como un collage.
“Casi toda la gente me respondía en idéntica forma: llegamos a las 17:30 hrs., salió una luz de bengala verde de un helicóptero, entonces entró el ejército. Acorraló a toda la gente con un movimiento de pinzas… Todo mundo exponía lo mismo y yo me dije, si lo repito cien veces agoto el relato. Entonces decidí escoger lo más emocionante o lo más significativo de cada testimonio. Por eso digo que mi libro es una especie de collage, de montaje que salió al ver la cantidad de hojas con repeticiones”.
En otro momento de la entrevista le inquieren a la escritora: ¿los testimonios que aparecen ahí han sido armados, modificados? A lo que ella responde: “muchos de ellos sí, porque eran largos y repetitivos, algunos hasta insólitos. La gente al contar los hechos no calculaba el tiempo, la hora, ni las distancias. También relataron hechos que nunca se han comprobado, como que en Tlatelolco hubo cuerpos y cadáveres cremados, cuerpos en los basureros. La masacre fue completamente desproporcionada”.
En 1968 México era una nación de secretos y mentiras, donde los rumores desvirtuaban a los hechos, la propaganda se enmascaraba como noticia y los funcionarios no le rendían cuentas a nadie. Como consecuencia, no se tiene una versión oficial, ni una extraoficial que pueda explicar sus persistentes misterios, concluía Kate Doyle en Proceso el primero de octubre de 2006.
Si el libro La noche de Tlatelolco hubiera sido escrito el día que González de Alba hizo la “aclaración” y exigió su crédito se aceptaría, pero como se mencionó antes, México en 1968 y durante el periodo de la Guerra sucia, era un país sin libertades y lleno de secretos, por eso Elena tuvo que utilizar el recurso de la técnica de la entrevista, cambiando nombres en sus relatos de La noche… para evitar la represión por parte del gobierno.
La situación de entonces a la fecha ha cambiado mucho y con el paso de los años es muy fácil exigir y pedir créditos a destiempo, pero ni la demanda ganada por parte de González de Alba podrá quitarle a Elena el honor y el crédito de haber escrito el que es considerado hasta el momento el mejor libro acerca de los eventos ocurridos aquel 2 de octubre de 1968.
En 1968 muere Jan, su hermano menor, en un accidente automovilístico en la carretera de Querétaro iba rumbo a una hacienda de la familia en Tequisquiapan. Fue algo sumamente doloroso para Elenita, ya que lo quería mucho. A partir de esa fecha en cada uno de sus libros inscribe a la memoria de Jan 1947–1968.
“Cuando escribí la dedicatoria: A Jan y a todos los que murieron en 1968, se creó una confusión porque mucha gente creyó que yo había hecho el libro porque Jan había muerto en los acontecimientos de Tlatelolco. Él sí fue parte del movimiento estudiantil y una vez me contó que había ido a Palacio Nacional a pintar graffiti y había participado en alguna marcha, pero no murió el 2 de octubre, sino después, el 8 de diciembre en Calpilalpan.
“Un camión embistió el automóvil que manejaba, por desgracia murió a los 21 años, fue una tragedia para toda la familia, pero sobre todo para mi madre”.
En su casa conserva varias fotografías donde está su hermano Jan y unos jazmines perfuman su memoria.
En 1979, murió el padre de la escritora desmoronado por la muerte de su hijo, la que nunca pudo superar. Por su parte, la madre de Elena siempre sufrió en silencio por la pérdida de su único hijo varón.
Elenita se ha caracterizado por ser una mujer reservada que nunca habla de amores, al único que recuerda con mucho cariño y admiración es al doctor Guillermo Haro, quien murió el 27 de abril de 1988.
“Pocos días antes de que mi madre muriera yo le conté que había ganado el premio Alfaguara. Entonces ella me dijo: Qué bueno, así ahora ya no vas a escribir. Para ella, eso era como una maldición”, comenta con Angélica Abelleyra en la entrevista “Elena Poniatowska: el eterno por qué”.
Poniatowska se mueve con discreción y modestia acometida por una crítica: “Soy excesivamente crítica y tiendo a ser acerba o amarga ¡no me perdono nada!”. De ahí que el carácter y la educación de la escritora no le permiten asomarse a su interior y ver ese lado bueno que siempre le reconocen los que han compartido con ella.
“Me cuesta hablar de mi persona, me quedo en lo anecdótico, me invade un temblor interno, me excito, es un examen…”, un examen que no está dispuesta a presentar.