“Al igual que mis padres,
difícilmente tomo la más nimia
de las decisiones.
Dejo que las cosas caigan
por su propio peso
aunque me caigan en la cabeza,
mejor dicho, en el alma
y me aplasten como un zapote”
Elena Poniatowska
Descendiente de María Leszczyyinska, la segunda mujer de Luis XV de Francia, de Estanislao II Augusto (1764-1795), último rey de Polonia como nación independiente. Su reino estuvo marcado por los sucesivos repartos de ese país europeo entre Rusia, Austria y Prusia.
El príncipe Andrés Poniatowski se casó en París, en 1894, con Elizabeth Sperry Crocker, descendiente de la familia de Benjamín Franklin. De esa unión hubo cuatro hijos, el menor fue el príncipe Jean Joseph Evremond Poniatowski Sperry, francés de origen polaco, padre de Elena, que luchó contra los rusos por la independencia de Polonia.
Su madre, Paulette Amor Yturbe, nació en México en 1908 y se educó en Francia. Hija de Don Pablo Amor, prominente caballero mexicano cuyas haciendas fueron las más extensas del estado de Morelos, y Doña Elena Yturbe. Una familia porfiriana exiliada tras la Revolución mexicana. En la ciudad luz la madre de Elena se casó, en 1930, con el heredero de la corona polaca Jean Evremont Poniatowski Sperry, y al consolidarse la relación nacieron sus dos hijas: Hélene (Elena), quien por ser la primogénita, fue conocida como la princesa roja, y Kitzia, un año menor que ella.
Una mirada a la infancia
"Tengo recuerdos de mi infancia en campos de lavanda, recuerdos del sur de Francia, de los viñedos, de un abuelo que me enseñó a leer y a escribir y que era muy severo. Era un hombre de enorme inteligencia, fue mi primer maestro, me daba clases y me hacía sufrir mucho con las matemáticas y con la gramática”.
En el pasado familiar de Elena hay parientes reales, héroes nacionales, figuras de abolengo que se mueven orgullosos en un triángulo polaco-franco-mexicano. Princesa polaca que podría gozar del glamour y de los oropeles de la vida, deja el tálamo y los platillos suculentos para convertirse en una escritora comprometida con los cambios sociales de pobres, marginados, mujeres de todos los tiempos y de todos los estratos sociales.
El abuelo de Elena, el general Poniatowski, tuvo el abolengo y el rango de nobleza a partir de que el bisabuelo combatió con las tropas de Napoleón, por las batallas libradas y en premio, se le dio título por la conquista de Polonia en manos de Napoleón.
Pero el estallido de la Segunda Guerra Mundial, hizo que la madre de Elena tomara la decisión de salir de Francia con sus dos hijas. Decidió refugiarse en México.
La abuela paterna, Elizabeth Sperry Crocker, norteamericana, proveniente de una familia emprendedora, quería mucho a Kitzia y a Hélene; y fue quien más se opuso a que se vinieran a México. “Por las noches nos enseñaba una revista, National Geographic Magazine, donde aparecían hombres y mujeres con huesos atravesados arriba de la cabeza, los labios deformados. Mientras las hojeábamos nos decía: Miren niñas, esto es México.
“Al llegar a México, a los nueve años, tuve una impresión muy grande porque en Francia yo siempre sentí que nadie me pelaba, no me hacían caso. A lo mejor sí, pero París estaba lleno de güeritos de ojos azules y aquí no. ¡Aquí sí pegué, más que mi hermana! Eso desde luego me hizo sentir mucho agradecimiento por México, porque de repente me sentí más segura”.
Para Elenita todo representa un desafío, íntimamente vinculado a su reducida estatura, condición que le afectó. Creció al lado de su hermana, quien mide 1.77 metros, y Elena mide tan sólo 1.57. Eso le hizo sentir una incertidumbre y, como ella misma se dice, ser preguntona.
“Todo lo que soy se lo debo a esa inseguridad. Lo que he hecho ha sido debido a que nunca creí que cumplía con los requisitos que me exigía la sociedad y el mundo al que pertenecía”.
Mientras, el padre de Elena se había alistado en el ejército y combatió en el desembarco de Normandia el 6 de junio de 1944 –fue la invasión de Europa llevada a cabo por el noroeste de Francia, entonces ocupada por la Alemania nazi–. Al término de la guerra recibió la Cruz de Caballero de la Legión de Honor, la Cruz de Guerra y muchas otras condecoraciones por su participación en la Segunda Guerra Mundial.
Cuando todo había terminado, en 1947, lo más importante para él fue reunirse con su familia en México y en ese mismo año nació Jan, el tercer hijo del matrimonio.
“A mí la guerra me marcó durante muchos años, por la ausencia de mi padre, porque sólo cinco años después de que llegamos a México lo volví a ver. Sabíamos que corría peligro porque era paracaidista y siempre estuvo en los puestos de avanzada, sabíamos que lo aventaban de un avión a lugares ocupados. Cuando veíamos en el cine los noticieros, que en esa época era muy difícil que nos hablaran de la Segunda Guerra Mundial, y ver caer los honguitos de los paracaídas y cómo les disparaban fue muy impactante para mí”.
Más tarde, en 2001, en una teleconferencia que enlazaran las sedes de la editorial Alfaguara, en Colombia, Argentina, Chile, El Salvador, Bolivia, Miami y Madrid; Poniatowska respondió a sus colegas periodistas quienes dijeron que ella era una europea trasplantada a México –refiriéndose a que ella nació en París– y de manera muy elocuente respondió: “De trasplantada nada. Mi madre es mexicana, lo que sucedió es que mi familia se tuvo que ir a París porque la Revolución les requisó las haciendas. A mí me gustaría haberme llamado Elena Amor, pero mi tía Guadalupe Amor, que era poeta, me prohibió firmar así diciéndome Tú eres una pinche periodista y yo soy una diosa”, comenta Elena en una nota escrita por ella en el periódico La Jornada, del 8 de marzo de 2001.
Coqueteo con la pluma
Desde muy niña, Elena ya escribía y lo hacía en su diario, que le daba la oportunidad de saber qué hizo bien o mal y así mejorar cada día. Su conciencia perceptiva, por ejemplo, la llevaba a pensar por qué ella tenía más que la muchacha de su casa y de ahí surgieron sus ideales de ser voz de los que menos tienen.
Destacó en la escuela con buenas calificaciones y cuando fue al convento escribió en inglés un texto titulado On Nothing (Sobre nada), que se publicó en 1950, en el volumen XV de la revista The Current Literary Coin. Fue el primero de muchos de su autoría que se leerían con el correr de los años.
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