“De la calle fui al periodismo y gracias al periodismo,
preguntando, tuve la suerte de conocer a
Tamayo, a Henry Moore, a Octavio Paz, a Borges, a
Rulfo, a Miguel León Portilla, a García Márquez, a
Leonora Carrigton, a Rosario Castellanos,
a Dolores del Río, a Julio Cortázar, a André Malraux,
a Nadine Gordimer, a Susan Sontag, a Carlos Fuentes
y nunca nadie tuvo mejores maestros”
Elena Poniatowska
A los nueve años de edad Elenita llega a México, pero no es sino hasta una década después, a los 19, que desata el nudo de su gran curiosidad al ingresar al mundo del periodismo en Excélsior. Empezó a firmar como “Dumbo”.
“Todo lo que soy se lo debo al periodismo, si algo he hecho en la escritura ha sido gracias a él. Mi formación, mi código moral, todo lo he hecho a través de este trabajo. Siempre, en todas partes, cuando tengo que decir o escribir mi profesión pongo periodista, jamás pongo escritora; en el pasaporte, en todas partes. Hay quienes piensan que es más prestigioso ser escritor que periodista, a lo mejor tienen razón, pero aún así me sigo considerando periodista”.
Elena se inició en Excélsior, cuando casi no había mujeres en el gremio. “Estaba Elvira Vargas y Rosa Castro, quienes se dedicaban a crónicas sociales, es decir, a reseñar bodas y presentaciones, por ejemplo. Socorro Díaz fue directora y Sara Moirón jefa de información del periódico El Día. Ana Cecilia Treviño, Bambi, empezó a hacer entrevistas y obtuvo buena respuesta. Ahora hay mayor cantidad de mujeres, La Jornada la dirige Carmen Lira Saade”.
Explica y está convencida de que el periodismo en México ha tenido enormes avances, “el lenguaje es mucho más directo, el tono es más rápido. Ahora puedes hablar más, los formatos han mejorado me gusta el formato tabloide, ya que los periódicos de ahora no son esa cantidad de hojas tan espantosas que antes se tenían que cargar.
“Creo en el periodismo joven, pero ahora los chavos están interesadísimos en figurar en la televisión. Les interesa ser carita e irse a la tele. No les gusta redactar ¿qué clase de periodistas quieren ser?
“Antes se hablaba por clichés, se decía: apoteótica multitud recibió al presidente. Yo sólo escribía lo que veía: el presidente llegó y se le atoró un pie en la alfombra y por poco se va de bruces y si no es por un guarura que lo sostiene se hubiera caído totalmente.
“Cuando me inicié en el periodismo no se podía entrevistar a la gente de la calle, ni hablar de una colonia marginada o pobre porque denigraban a México. Incluso Jorge Ferreti, que fue el director de cinematografía, invitó a Carlos Fuentes y a Juan Rulfo a ser censores, se sentaban capulinamente, no hacían nada, a ver la película, si se atravesaba un perro flaco en el escenario decían ¡Corte!, la imagen de este perro denigra la imagen de México, cortaban la escena y sacaban al perro a pedradas y se volvía a filmar. Había una atmósfera de que lo feo no se podía publicar, no se dice, no aparece.
“En los años 70 empecé a escribir crónicas sociales y siete años después, fueron más aceptadas. “En este país los periodistas actúan como censores, porque a muchos funcionarios públicos les da miedo ser denunciados en los periódicos y aparecer en revistas como Proceso, que denuncian las corruptelas, los robos y las trampas de funcionarios públicos; esto sirve de freno a la inmoralidad”.
Casualidades de la vida: Una puerta hacia el acontecer citadino
“En mi casa recibíamos el periódico Excélsior y leía las entrevistas de Bambi. Una amiga, María de Lourdes Correa, me dijo que su tío era el director de la sección de sociales de Excélsior y me acompañó para decirle que quería ser periodista: Para salir del compromiso, Eduardo Correa me dijo: “Hazle una entrevista a mi sobrina. A ver cómo te sale y me la traes.
“Tenía 19 años cuando esa misma tarde acudí a un coctel de la condesa Helen Nazelli y el embajador de Estados Unidos en México, Francis White, estaba ahí. En ese festejo le dije a mi mami: ¡dile que soy periodista, dile que soy periodista y que quiero hacerle una entrevista!
Al presentarme con el embajador, éste me hizo así en la cabeza –se toca para explicar– y me dijo: ¡buena niña, buena niña!, -cambia el tono de voz, como si fuera la del embajador- pues que venga mañana a mi oficina. Y al día siguiente fui a la embajada frente al restaurante Bellinghausen, no era ese edificio imponente que ahora nosotros conocemos, en Reforma.
Le hice una entrevista de lo más idiota, le pregunté cualquier cantidad de babosadas, una sarta de tonterías porque yo no era periodista ni nada, me improvise en ese segundo y le pregunté ¿cómo veía las relaciones con México?, él acababa de llegar como embajador ¿qué iba a hacer para mejorarlas?, era un señor de pelo blanco parecía Santa Claus y me regaló una foto, la llevé a Excélsior y me la publicaron de inmediato porque él no había dado ninguna conferencia de prensa.
Les gustó. “De ahí el director de sociales me dijo: ¡tráigame para mañana de inmediato una entrevista! Y yo dije ¿A quién entrevisto?, ¿cómo le hago? Entonces caminé por Reforma, iba a mi clase de taquimecanografía y pasé por el Hotel del Prado y en la marquesina vi un letrero que decía: Amalia Rodríguez Canta Fados Portugueses.
“Entré y dije que quería hacer una entrevista, me preguntaron: ¿de parte de quién? contesté de parte de Excélsior y de inmediato me dijeron que pasara a ver a la señora. Eso fue como el ábrete sésamo, si no nunca me hubiera recibido e incluso me invitaron a las noches de cabaret para disfrutar el espectáculo”.
Contrario a la felicidad que a Elena le dio ejercer el periodismo, a Doña Paulette no le pareció apropiado que una mujer de abolengo se metiera en ese mundo dominado por los hombres y por gente de clase media, pues no era de buen gusto aparecer en la prensa salvo el día de la boda o de la muerte, pero escribir ni siquiera se pensaba.
El secretario de Redacción era Raúl Durán Cárdenas, quien comenta que a Elenita nunca se le marcó una línea para sus entrevistas, ella era una colaboradora libre, buscaba sus entrevistados, hacía su trabajo y lo llevaba al periódico. Ese desempeño le valió para ser calificada como la mejor entrevistadora de México.
Poniatowska fue la primera mujer en ganar el Premio Nacional de Periodismo en 1979. Es así como se convierte en un personaje esencial porque enseña a contar las cosas de otra manera, donde se mezclan emociones, sentimientos y no se pierde nunca de vista el telón social, que es el que siempre le ha interesado.
“Me dio mucho gusto recibir el premio. Lo había recibido Socorro Díaz, pero ella como directora de un suplemento que finalmente no dirigía, fue una enorme alegría y fue más grato porque mi papá me acompañó, pero lo más triste fue que no me atreví a presentarle a mi papá al presidente José López Portillo. Hubiera podido hacerlo porque mi papá fue un soldado y un hombre extraordinario”, dice Elena.
Ella se inició en el periodismo un poco por casualidad y eso siempre ha sido como la fuente de su enorme sensibilidad. Sobrina de la poetisa Pita Amor, se liga a los grandes intelectuales de la época y ahí es donde le surge el gusto por la escritura y la literatura.
“Escuchar y no hablar”, la magia de la entrevista
Dos años fueron suficientes para que la joven Elenita demostrara un estilo propio, con inocencia desentraña las más profundas cosas y rescata con su pluma escenas, personajes pintorescos y cotidianos del país.
“Iba buscando y descubriendo mi país en la medida que hacía mis entrevistas.
Yo creo que hice entrevistas por una razón muy personal porque estoy llena de preguntas… y nunca he tenido una respuesta, entonces siempre voy preguntando a una gente y a otra, incluso en las reuniones les pregunto ¿qué piensas de esto? ¿Qué pasó allá?, soy muy insegura, muy preguntona.
“Yo hacía las entrevistas a tontas y a locas, llegaba sin saber absolutamente nada de las personas. A Diego Rivera le pregunté si sus dientes eran de leche, porque se los vi muy chiquitos, y me dijo: ¡con estos me como a las polakitas preguntonas!.
Para Poniatowska, el periodismo es, de cierta manera, un modo de estar sobre la tierra y aprehender el mundo, de intentar entenderlo. En alguna ocasión el dramaturgo Víctor Hugo Rascón dijo que Elena como periodista sabía cómo preguntar, ya que hacía cuestionamientos ingenuos que eran bombas en la boca del entrevistado.
La periodista explica que una entrevista debe hacerse rápida y concisa. Cuidando que el personaje quede perfectamente bien retratado. Además le gusta más entrevistar hombres porque dice que ellos no tienen pose, como las mujeres. “¡Bueno!, exceptuando a los pintores”.
“La magia de escribir es mirar hacia la pantalla y jamás corregir hasta que termine. En ocasiones mis artículos son muy largos y también malísimos, pero se convierten en la materia prima de donde saldrá después un cuento, un artículo, una entrevista o un prólogo”.
Entre maestros del periodismo te veas
Los inicios de Elena Poniatowska en Excélsior la llevan a tener un acercamiento con grandes personajes de su tiempo, que a su vez le ayudaron a forjarse en esa profesión que “ha abrazado”, con mucha dignidad, y arguye: “quien no la tenga mejor que se dedique a otra cosa”.
Dentro de los géneros periodísticos destacó en la entrevista y en la crónica; en ellos renovó el lenguaje con la habilidad para jugar con las voces del entrevistador y el entrevistado, así como con distintos estilos que dan un sello inconfundible a sus narraciones. Octavio Paz llegó a decir que era la mejor periodista de México.
El 7 de julio de 1955 la vida de Elena da un giro de 360 grados: nace en Roma su primer hijo, Emmanuel, suceso que la llena de alegría. A partir de ahí la vida de la escritora giró en torno a él y a sus libros. Ya que al regresar a México lo hizo con la idea de escribir una novela… y también de hacer miles de entrevistas para Novedades.
A finales de 1955 Elenita entró al suplemento de Novedades México en la Cultura, dirigido por Fernando Benítez. Se hizo amiga de José Emilio Pacheco, de Carlos Monsiváis y de Jaime García Terrés y Gastón García Cantú, quienes eran los encargados del suplemento cuando Benítez no estaba.
Elena continuó con su labor periodística y en 1959 se encuentra con el astrofísico mexicano Guillermo Haro, personaje hosco, quien el día de su entrevista le da unos artículos que él había escrito y le dice que intercale preguntas y allí encontraría las respuestas, pues tenía una opinión pésima de los periodistas, y la despidió de su oficina. De ahí que se convirtiera en un reto personal y profesional entrevistarlo.
A los 15 días Elena toma el autobús rumbo a Tonantzintla para entrevistarlo “como Dios manda”, con preguntas preparadas y buenas y lo logró. La entrevista se publicó en Novedades el 10 de enero de 1959.
Fue así como comenzó la amistad con Haro, que después se convirtió en algo más serio. “Recuerdo que una de las primeras veces que lo vi me regaló 12 docenas de rosas, hubo que ponerlas en cubetas porque no sabía donde meter tanta flor. Íbamos a comer a La Tablita, y yo siempre perdía algo, supongo que de la emoción”.
En 1968 toma la decisión que cambió el rumbo de su vida, contrajo matrimonio con el astrofísico con el que tuvo dos hijos: Felipe y Paula. Guillermo era un hombre 20 años mayor que ella, pero lo admiraba por su inteligencia y seriedad.
“Fue un honor compartir la vida con un hombre tan inteligente. Además me enseñó a amar a México, se preocupaba por el futuro de los jóvenes a quienes mandaba a hacer su doctorado a Inglaterra, Francia o Estados Unidos.
Felipe, su hijo, nació el 4 de junio de 1968. Estudió economía en el Tecnológico de Monterrey campus ciudad de México y tiene un doctorado en cinematografía, realiza producciones de cine en su filmadora que está ubicada en Puebla. Paula, su hija menor, nació el 11 de abril de 1970, es fotógrafa profesional y ha realizado exposiciones en varias ocasiones.
Actualmente Elena es abuela de 10 nietos.
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